[dropcap color=”#336600″ font=”arial” fontsize=”40″]E[/dropcap]s como cuando nos damos un golpe en la rodilla. Las manos se van directas a frotar la zona dolorida incluso antes de sentir el dolor. Es un acto reflejo, una reacción tan espontánea e instintiva como la misma génesis del movimiento 15M.

A lo largo de una década hemos asistido a una narcotización progresiva de la sociedad. Gobernantes y mercados urdían la estrategia. Los medios de comunicación a su servicio construían concienzudamente el embrujo de los felices años 2000, una quimera basada en la creación de falsas necesidades y en una ambición descontrolada. Cuando todo apuntaba a que el atiborramiento estaba degenerando ya en empacho, estalla una crisis al otro lado del charco que sirve como excusa a los artífices del plan para hacer pagar la cuenta a los que nunca pidieron tanto. La culpabilidad de tal situación queda, por tanto, difuminada y la mayoría de la sociedad, en plena indigestión, es sacudida una y otra vez sin alcanzar a ver de dónde vienen las bofetadas. La reacción, más visceral que racional a mi parecer, es indignarse y estallar en un chorro de críticas a todo orden establecido: política institucional, sindicatos mayoritarios, sistema judicial, modelo de Estado y, por supuesto, funcionamiento de la propia democracia vigente.

Salvando las diferencias que separan las distintas corrientes de pensamiento que existen en el corazón del movimiento, lo que sí reclaman al unísono las cientos de miles de personas que despiertan y toman las calles el 15 de Mayo del 2011 es un nuevo contrato social. Piden ser partícipes de las decisiones, exigen volver a las raíces de la democracia y hacer aflorar sus valores fundacionales. Critican, con razón, que los partidos políticos entiendan el acceso a las instituciones, al poder por tanto, como un fin en sí mismo en lugar del instrumento mediante el cual construir una sociedad vertebrada en la justicia y en la igualdad. Con esta idea por bandera, y gracias al efecto viral que tienen las redes sociales, el movimiento de los indignados traspasa las plazas españolas y contagia a medio mundo.

Lejos de quedar encorsetado, como se preveía en un inicio dado la inoperatividad derivada de la histórica rivalidad entre agilidad y democracia, el 15M evoluciona. Pasa de las grandes asambleas a las asambleas de barrio, de las victorias inalcanzables a corto plazo a los éxitos factibles que mantienen viva la motivación y el espíritu de lucha, como ayudar a cientos de familias a no ser desahuciadas.

El éxito indiscutible de las convocatorias del 15 de Octubre de 2011 y del pasado 12 de Mayo ponen de manifiesto que la fuerza del movimiento recae, sobretodo, en su capacidad de mutar de algo líquido, tan disperso que parece haber desaparecido, a un cuerpo sólido y potente que ocupa hoy las portadas de los diarios de medio mundo.

Laura R. Sigüenza, militante, sindicalista y activista del 15M

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