Vivim temps complicats. I els diaris digitals ens hem d’adaptar a una situació nova i inesperada. La nostra obligació principal continua essent la informació de tot allò que passa, inevitablement centrada en la crisi del coronavirus, i l’oferir notícies que puguin ser d’utilitat per a totes les persones que viuen al Baix Llobregat.

Però el confinament ens marca també la necessitat d’aportar idees per passar el millor possible el temps a casa. És el que fem amb la secció #joemquedoacasa i què puc fer? oferint alternatives culturals, d’entreteniment i d’activitat física.

I seguim avui amb una altra secció #desdelbaix: Reflexions en quarantena. El temps a casa en pot ser útil per a reflexionar amb una certa profunditat sobre determinats temes, relacionats o no amb el coronavirus. Per això hem demanat a diverses persones de la comarca que utilitzen habitualment l’escriptura o l’art per a comunicar-se que elaborin articles, escrits, contes…que ens permetin analitzar aspectes diversos de la nostra societat. I que ho facin no per parlar exclusivament de temes del Baix Llobregat, però sí des del Baix Llobregat.

Cuerpo de Elisabet Romagosa

Ballarina. Sant Feliu de Llobregat. 

Cuando hablo de cuerpo prefiero hacerlo en castellano. Me siento más cómoda y creo que la palabra tiene más peso y volumen, digamos que tiene más cuerpo. Ocupa un espacio determinado en un tiempo específico, seis letras vivas y en constante movimiento.

Me presento como un cuerpo confinado.

Anteriormente era un cuerpo ubicado en la ciudad de Madrid, me levantaba cada mañana con un ritmo ligero y apresurado, digamos el ritmo habitual de una ciudad incansable que prefiere bailar de noche y tomar vermut por las mañanas. Este cuerpo de apenas un metro sesenta y cinco, cada día cogía el metro intentando encajar como una pieza de puzle entre otros volúmenes parecidos a él, no había hora al día que te librases del juego, se ve que a los madrileños les va esto de hacer puzles entre ellos. El objetivo era llegar a una sala de ensayo, a veces tenías suerte y quedaba cerca de tu ubicación, pero digamos que la suerte no es para todos y como muchos dicen; si a los bailarines nos pagaran por horas de desplazamiento, ganaríamos más que subiéndonos a un escenario. Volviendo a la parte interesante de la explicación, digamos que era un cuerpo que diariamente se ubicaba en una sala de ensayo donde tenía el espacio necesario para poder trabajar, ensayar, crear o tomar clase… Vamos, la vida diaria de una bailarina que lo único que necesita es un suelo un tanto blando y plano, con los metros cuadrados necesarios. Parece mentida, pero es lo poco que necesitamos para poder trabajar, por eso cuando veo un edificio precioso y amplio lleno de polvo y vacío de luz me tiro de los pelos imaginando como se podría convertir en un lugar vivo y activo de arte. Después de soñar, vuelvo al cuerpo, un cuerpo que como mencionaba anteriormente era activo diariamente, educado y trabajado para realizar su trabajo basado en el movimiento y la creatividad.

Pero ahora este cuerpo está inactivo, confinado y encerrado entre cuatro paredes, intentando adaptarse a un espacio distinto y restringido que se llama: casa de mis padres, ubicada en mi lugar de nacimiento a unos 600 km de mi piso madrileño.

Después de esta presentación un tanto desordenada e irrelevante, espero que la repetición incansable de la palabra cuerpo te haya despertado un poco tu consciencia corporal, la posición en la que te encuentras ahora mismo, las partes del cuerpo que tienes en contacto con otros cuerpos materiales, el tacto de tu piel que roza con la ropa o la distancia real que tienes ahora mismo con tu madre. A eso vengo a referirme. Lo que me gustaría compartir hoy es una mera visión personal del cuerpo, hablando siempre desde yo como bailarina y también como persona.

¿Somos conscientes de nuestro cuerpo? ¿Y del de los otros? ¿Somos conscientes del espacio que ocupan y la distancia que hay entre ellos?

La palabra cuerpo nos ayuda a recordar que todas las cosas materiales tienen un volumen y ocupan un espacio.  Cada uno de nosotros establece una relación determinada con todos estos cuerpos, lo solemos hacer de una forma inconsciente.

Pero Byyng-Chull Han, presenta en uno de sus libros el conflicto que vive actualmente un cuerpo del siglo XXI. Nos presenta el mundo electrónico como el culpable de una creciente descorporalización del mundo. Es decir, ahora todos podemos sentirnos cerca de aquella amiga que se ha ido de Erasmus a Inglaterra; nos pasamos horas hablando por WhatsApp y solucionado. Podemos ver cada día a esa persona que tanto deseamos y que nos da vergüenza saludar por la calle; espiamos su perfil de Instagram, es fácil. Y no nos olvidemos que podemos ser “súper” afortunados y ver a los futbolistas haciendo challengeen sus sencillas casas con prados verdes en el jardín, esto nos hace sentir muy bien también. Todo esto, recordemos, que lo hacemos mediante una pantalla. Si por casualidad llega ese día que, por enésima vez, se nos cae el móvil al suelo y consigue romperse, primero odiaremos a la gravedad por existir y luego todo este mundo imaginario desaparecerá de nuestras manos.

Nos creemos cerca de algo que no lo está, tenemos esa necesidad de estar en todos sitios sin saber dónde se ubica nuestro cuerpo, creando una realidad ficticia de un espacio vacío no existente.

¿Qué pasa con los cuerpos que tenemos al lado? ¿Los tocamos? ¿Somos conscientes de que cada cuerpo se mueve y siente de una forma distinta y que esto le hace ser único?

Son las seis de la tarde y hemos quedado a tomar un café en el bar del pueblo, el cincuenta por ciento de nuestra conversación, estoy segura, que la tendremos con una persona que está al otro lado de una pantalla y que ni siquiera se ha dignado a presentarse. No estamos dándole suficiente importancia al cuerpo que tenemos ante nosotros, recuerdo que éste es real y palpable. Disminuimos los kilómetros de distancia con ese cuerpo no existente y aumentamos los que tenemos con la persona que se toma el café con nosotros. Ni nos molestamos en tocarlo, total, da pereza llegar la última y tener que saludar con un abrazo a todos mis amigos, los veo cada día y siempre lo puedo hacer, o puede que no.

Hemos perdido el contacto y la consciencia corporal, en consecuencia, ya no sabemos lo que es real y lo que no, el sentido, el tacto, la sensibilidad, lo humano… ha desaparecido de nuestras manos convirtiéndolo en un cuerpo tecnológico.

Ahora somos todos cuerpos confinados.

¿Y qué pasa ahora? ¿Qué es lo que necesitamos?

Ahora todos estamos pidiendo a gritos poder encontrarnos con otros cuerpos, a poder ser conocidos y amigos, abrazarlos, tocarlos, palparlos, sentirlos… Y pensamos que ojalá recordar esa sensación, ojalá haber abrazado más tiempo a mis amigos y haber mirado sus ojos mientras tomábamos café… Puede que nos estemos dando cuenta que lo verdaderamente necesario para los seres humanos es el contacto real entre ellos, lo que nos hace sentir vivos en el presente.

Soy un simple cuerpo que hoy he aparecido por aquí, de forma telemática, para recordaros que las pantallas nos nublan las neuronas, pero el COVID-19 nos ha ofrecido un tiempo indefinido para volver a creer que el instinto humano tiene más fuerza que todo este mundo virtual.  El cuerpo existe, nos define y es real.

Si algún día se te olvida dónde estás y cuál es tu realidad, mira hacia abajo, verás tus pies apoyados en la tierra y tu cuerpo seguirá encima de ellos, allí estará tu realidad.

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